lunes, 5 de enero de 2015

70º aniversario de la Batalla de las Ardenas, la última baza de Hitler.


Tras la batalla de Normandía, que culminó con el desastre de la bolsa de Falaise, en agosto de 1944, el Ejército alemán perdió aproximadamente 500.000 soldados e incontable material blindado. En una de las discusiones mantenidas por teléfono entre el Mando Supremo del Oeste (OB West), Mariscal Von Rundstedt y el Alto Mando de las Fuerzas Armadas (OKW), Mariscal Keitel sobre la estrategia a seguir, Keitel preguntó a Von Rundstedt "¿qué podemos hacer?". Von Rundstedt le espetó "¿Que qué podéis hacer? ¡Pedid la paz, imbéciles!"

Von Rundstedt fue inmediatamente destituido. Pero ello no alteraba el sentimiento extendido entre la alta oficialidad alemana de que la guerra estaba perdida. Era una cuestión de tiempo y de números: los Aliados en el Oeste, y los soviéticos en el Este superaban a los alemanes en una proporción de 6:1 en soldados y de 3:1 en carros de combate y piezas de artillería. La Luftwaffe había prácticamente desaparecido de los cielos que cubrían el campo de batalla. Y el Atlántico había quedado limpio de submarinos alemanes.

En el frente occidental en noviembre de 1944 las tropas norteamericanas habían ya entrado en Aquisgrán y en el Hürtgenwald, es decir en la misma Alemania. En el frente oriental la Operación Bagration, desarrollada en el verano de 1944 permitió al Ejército Rojo recuperar Bielorrusia y situarse a las puertas de Varsovia, en la ribera derecha del Vístula. Para colmo, las fuerzas del Segundo Frente Ucraniano (Malinovsky) cruzaron los Cárpatos y se apoderaron el 30.8.1944 de los campos petrolíferos de Ploesti (Rumania). De esta forma, Alemania se quedaba sin petróleo.



Las armas milagrosas (Wunderwaffen) que anunciaban los jerarcas del partido nazi no dieron resultado, bien porque eran tardías y escasas, bien porque no fueron empleadas contra objetivos militares. Así, los misiles de largo alcance (Vergeltungswaffen) V-1 y V-2 fueron lanzados sobre Londres para aterrorizar a su población (causaron unos 10.000 muertos), pero no ayudaron a mantener la línea del frente o a dañar las concentraciones de tropas y de material de los Aliados.

En tales circunstancias el OKW alemán planeó un contraataque sorpresa, tan devastador, que forzara a los Aliados a firmar un armisticio en el Oeste y que permitiera al conjunto del Ejército alemán concentrarse contra el Ejército soviético.

La operación, denominada Watch am Rhein, tendría como base el inmenso bosque de las Ardenas, que abarcaba el sudeste de Bélgica y la mitad occidental del Gran Ducado de Luxemburgo. Desde allí, tres formaciones, el Quinto Ejército Panzer (Von Manteuffel), el Sexto Ejército Panzer SS (Dietrich) y el Séptimo Ejército (Brandenberger), con un total de 300.000 hombres desplegados entre Monschau y Echternach, atacarían en un frente de 80 Km., cruzarían el Mosa entre Lieja y Namur, rebasarían Bruselas y llegarían a Amberes, dividiendo así a los Grupos de Ejército norteamericano y anglo-canadiense, poniendo a los aliados en una situación tan crítica que, pensaba Hitler, tendrían que firmar un armisticio por cansancio.

El plan era una locura

El plan era una locura: no había combustible suficiente para los carros de combate; el atacante estaba en inferioridad numérica (en conjunto, 300.000 frente a 700.000 soldados, 25 frente a 36 divisiones); el objetivo, Amberes, distaba más de 180 Km.; no se tenía en cuenta la superioridad de los Aliados en aviación y artillería, y su capacidad para reemplazar su material, municiones y combustible; y las reservas operativas alemanas no dependerían de los mandos sobre el terreno (inevitablemente, otra vez Von Rundstedt repuesto como OB-West; y Model como Jefe del Grupo de Ejércitos B), sino del propio OKW en Berlín. Los propios Von Rundstedt y Model preveían que, como mucho, se llegaría a cruzar el Mosa, pero no más.

Sobre todo, el OKW partía de una premisa falsa, cual era la de que los anglo-norteamericanos pactarían. Efectivamente, en la Conferencia de Casablanca (24.1.1943) los Aliados habían proclamado la exigencia de rendición incondicional y que ni los Estados Unidos ni Gran Bretaña firmarían una paz por separado con las potencias del Eje.

Era una locura pero fue una desagradable sorpresa para los aliados. Primero, porque el SHAEF (Eisenhower) estimó que la Wehrmacht no tenía ya posibilidad de reacción, vistos los desastres sufridos en todos los frentes. Segundo, porque no era concebible que se desarrollara un ataque en pleno invierno, con nieve hasta la rodilla y con luz solar solo desde las 8 hasta las 16 h. Tercero, porque no era posible que el bosque de las Ardenas, con pocas carreteras y sin asfaltar albergara vehículos acorazados y permitiera la concentración y el movimiento de tropas; se trataba del mismo error en que incurrió el Alto Mando francés en mayo de 1940 y que permitió al XIX Panzer Korps (Guderian) atacar desde el bosque, cruzar el Mosa en Sedán y encabezar el veloz avance alemán hasta Dunkerque, en la costa del Canal. Cuarto, porque al estar los cielos encapotados la aviación aliada no había podido hacer reconocimientos aéreos de la región. Y quinto, porque el sistema Ultra de los Aliados no había podido descifrar las comunicaciones alemanas, que en este caso no habían sido hechas por radio sino por cable.

El ataque comenzó en la madrugada del 16.12.1944, avanzando el Quinto Ejército Panzer por el centro y el Sexto Ejército Panzer SS en paralelo por el norte; y cubriendo el Séptimo Ejército el flanco sur.

Crueldad criminal

Las unidades norteamericanas del V Cuerpo (Gerow) ofrecieron una tenaz resistencia a la infantería alemana (que precedía a los blindados) lo que frenó la penetración del Sexto Ejército Panzer SS; sus blindados necesitaron tres días para rebasar Büllingen y llegar a Malmedy, un avance de solo 40 Km. En ese avance, el Grupo de Combate Peiper asesinó a 300 prisioneros norteamericanos. Pero esa crueldad criminal típica de las Waffen SS no les hizo avanzar más y llegar a cruzar el Mosa. A partir del 21 de diciembre, Peiper, punta de lanza del ataque, se quedó parado, sin combustible para sus blindados.

A la izquierda del avance alemán, Von Manteuffel tuvo más éxito; su Quinto Ejército llegó a Clervaux, Wiltz, St. Witz y Bastogne; y sus Panzer insertaron una cuña de 34 Km. entre estas dos localidades, lo que suponía un avance de 80 Km. desde la línea del frente. Consiguió llegar a Celles, a 8 Km. de la orilla derecha del Mosa.

Las bajas norteamericanas eran enormes (80 % en algunas unidades) y el ataque en el flanco izquierdo alemán parecía irresistible. En los tres primeros días de ataque 7.000 soldados norteamericanos habían caído prisioneros del Sexto Ejército Panzer SS y, hasta que se contuvo el ataque, el Primer Ejército estadounidense tuvo 40.000 bajas. Pero también los alemanes sufrían pérdidas y, ya a partir del 24 de diciembre, las circunstancias que habían permitido la sorpresa inicial cambiaron rápidamente.

Lo que primeramente retrasó el avance alemán fue que el VIII Cuerpo norteamericano (Middleton), de forma improvisada pero efectiva, decidió mantener a toda costa los cruces de carreteras más importantes (Houffalize, Bastogne, St. Vith); ello impidió a los dos Ejércitos Panzer alcanzar sus objetivos contra el reloj y la distancia. Además, Eisenhower ordenó inmediatamente que el Tercer Ejército norteamericano (Patton) subiera hacia el norte y que el XXX Cuerpo británico (Horrocks) cubriera los puentes sobre el Mosa entre Lieja y Namur, detrás del Primer Ejército norteamericano (Hodges). Para acabar, los cielos se abrieron y la aviación aliada pudo ametrallar a las columnas alemanas sin oposición.

Así, y tras ataques, resistencias y contraataques que impidieron que la ofensiva alemana diera más de sí, a partir del 26 de diciembre el castillo de naipes de Hitler se derrumbó. En el flanco norte, los restos del Kampfgruppe Peiper tuvieron que destruir su equipo, de noche, y trataron de escapar a pie. En el flanco sur, Patton, después de una apresurada marcha de 100 km., llegó a tiempo de liberar Bastogne, heroicamente mantenida frente al cerco alemán. Desde ese momento, la cuña de los Panzers corría peligro de ser estrangulada por el Tercer Ejército, al sur, y por el Primer Ejército, al norte. Dichos Ejércitos convergieron en su ataque en Houffalize, donde se encontraba la reserva acorazada de Von Manteuffel. Hubo feroces enfrentamientos de carros de combate pero el OKW no quería otra bolsa como la de Falaise, y ordenó la retirada total. El 1.1.1945 la ofensiva había terminado.

Los norteamericanos (cuyo Primer Ejército soportó la ofensiva) precisaron hasta finales de enero de 1945 para recuperar el terreno perdido y restablecer las líneas. El total de las operaciones les llevó 80.000 bajas, de ellos 20.000 muertos. Por su parte, la última baza de la megalomanía criminal del dictador austriaco había costado a los ejércitos alemanes 100.000 bajas y la mayor parte del material blindado empleado, unos 600 carros de combate y piezas de artillería autopropulsadas.

Característicamente, el Mariscal Montgomery, al que se le dio mando sobre el Primer Ejército norteamericano durante 20 días, se atribuyó el mérito de haber salvado la situación a pesar de que la única unidad británica que intervino (el XXX Cuerpo) sólo entró en combate a partir del 3.1.1945.

Hitler no había conseguido su propósito de forzar un armisticio. Lo más, había retrasado unos meses el final de la guerra. Y, preso desde hacía tiempo del error que había cometido de admitir una guerra en dos frentes, contra Occidente y contra la Unión Soviética, se enfrentaba ahora a la irresistible ofensiva del Ejército Rojo, que en enero de 1945 desde el Vístula saltaba al Oder, solo a 100 Km. de Berlín.

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